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viernes, 9 de mayo de 2014

Humor sano, Colmillos de papel

15 febrero, 2011 Decididamente en las novelas de quiosco se muere. Incluso en las románticas una muerte otra cercena la vida con esa mortaja de resignación que viene en llamarse ?ama de casa?. Es el arma de fuego la reina del matar, por su fácilidad y economía?pero tiene el mayor inconveniente de ser en extremo ruidosa y estridente, alarmadora y un tanto vulgar?a no ser que se ejerza en duelo, donde ya la técnica y la templanza nerviosa juegan su papel y ser un gun-man es ya oficio. Particularmente me quedo con esa sutileza muda que es el arma blanca, las uñas de la fiera, aún vestigio de lucha ancestral en la que el asesino ronda la pieza, se desliza sutilmente y agazapa en una aguarda donde no deja de producirse esa metafísica sustancial que se da en la soledad y el mutismo poblado de vacío. Es allí donde una suprema tensión fija su mente en una especie de voluptuosa nada. El matador, y no hablo de la riña tabernaria con profusión de acero y melodrama, aguarda alienado, otro, en una deshumanización que lo regurgita en fiera. El que va a morir, en estos casos, ante su fehaciente óbito siempre se sorprende. Incluso ensaya una mueca que, en otras circunstancias, pareciera teatral y de vodevil. Como si quisiera arrancar una sonrisa al auditorio. Pero, ahora, aquí, no hay espectadores. Porque sólo la marmórea faz del asesino asoma con mirada de estatua, que es como no contemplar nada. Además, el que será cadáver a poco tardar, pierde su poco tiempo en la contemplación de su particular sangre y deja de contemplar ese orgasmo reparador final que destensa al asesino súbitamente y que, en un instante, leve, lo devuelve a su humana parquedad y miseria. Porque el orgasmo masculino no puede pararse hasta que se completa la eyaculación. Y ya todo está consumado. Más tarde los maderos con una tiza trazarán la silueta rupestre del muerto y el arma, en caso de hallarla, se introducirá en un sobrecito de plástico para que el odontólogo penal la escrute y dictamine en papel sellado. Con portadas de Jaume Provensal (1,2,3 y 6) y Emilio Freixas (4 y 5)

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