martes, 25 de marzo de 2014
Animados, Le arranqué una sonrisa a César Aira
September 27, 2012 El escritor es como el clásico Sabio Loco de los dibujos animados. Tiene su laboratorio, y su objetivo. El objetivo del Sabio Loco es dominar el mundo. El objetivo del escritor es conquistar un mundo, su mundo. (La generalización es suya; a mí por comienzo me irritan, pero veo en ésta algo familiar. Por otro lado, en alguna medida todos escribimos, como le escuché a Tabucchi, por competición por el resto de escritores, por demostrar, por conquistar la literatura. Bonito, entonces, el giro hacia una objetivo individual de Aira. Ojalá debiera más motivación hacia dentro que hacia afuera en el sector, ¿no? Una demostración de cómo el yerro de toda expresión creativa se cimienta justamente en eso me parece probable.) Para mí el valor de la literatura, del arte, esto que hacemos, es el valor de la libertad. ¿Si nos permitimos en literatura, dónde nos la vamos a permitir? Escribir novelas hoy es anacrónico (porque culminó con los maestros del XIX). Y yo oso puntualizar a Aira: -No (y cuidado), para los que pueden descubrir -y transmitir- mensajes importantes mediante ese molde. Repiénsense estas prioridades. No queramos perder el culo por lo nuevo otra vez, ¿no? La piedra de toque del buen escritor es el ensayo. En novela, Aira ha explicado que intenta deshacerse de todo componente no narrativo, todas las reflexiones oportunistas, toda vaga hipótesis que se infiltra; evita jugar al filósofo. Yo a este respecto he preguntado al final: ¿y por qué? Una historia, inclusive una buena historia, ya nos la puede contar una película, un libro de aeropuerto, un videojuego, un chiste. ¿No estará la gracia de la novela precisamente en eso, en ver la reflexión genuina, subconsciente, que se escapa, que tan pronto viene a cuento como no, de ese que se sienta a escribir para interpelarnos? Bueno, para eso quizá está el ensayo, dice Aira. En ensayo, no como en la ficción narrativa, el que no sabe no puede presumir; no hay magia, no hay truco de estilo, no se puede (como decía Nietzsche) ?enturbiar el agua para que parezca profunda?. No sé yo. Creo que hablábamos de cosas distintas. La ficción como vehículo de un mensaje extraliterario me parece, sin embargo, un planteamiento positivo, con pros y contras, pero rentable. Vosotros ya me entendéis. César Aira (Argentina, 1949) en su bañera de antaño. Por último, he aquí uno de los pedazos de Aira leídos mientras el coloquio. La identidad de escritor, la obra, y la perfección. Bello final. Marginalmente, esa fachada me ha dado determinadas satisfacciones, y un modus vivendi aceptable. Pero mi objetivo, que a fuerza de transparencia se ha vuelto mi secreto mejor guardado, es el tradicional del Sabio Loco de los dibujos animados: expandir mi dominio al mundo entero. Mi Mayor Obra tiene como prolegómeno infinito, justamente, la apertura de las puertas de la realidad. A una de estas «puertas» (esta metáfora es inofensiva) ya me he referido: la perfección. De ahí la piscina. Mi cerebro: el tema de batalla. Pasada alguna edad, la perfección del cuerpo propio es amenazada por una duda. Es difícil evaluarse objetivamente, porque uno Seguid siendo adolescente para uno mismo, y los demás siempre tienen determinado causa para mentir. La perfección se vuelve un ansia, a veces devoradora. Uno haría cualquier cosa por lograrla; la haría, sinceramente: cualquier dieta, cualquier gimnasia. No hay trabajo ante el que retrocedería. Pero uno no sabe cuál es esa «cualquier cosa» y no tiene modo de averiguarlo. Si les pregunta a diez personas, le darán diez respuestas diferentes. Y así se desperdicia el más genuino anhelo. Uno haría lo que fue necesario...si supiese lo que es. Pero no lo sabe. De modo que la perfección tiene que darse de entrada. No se llega a ella. Lo milagroso es que se da. La vida tiene esa generosidad, y la tiene siempre. Si lo previo afuera una adivinanza, no necesitaría decir la respuesta, ni siquiera escribirla al revés al pie de esta página, porque cualquier lector la habría dicho antes: el amor. El amor, la coincidencia portentosa, la sorpresa, la flor del mundo. - De César Aira. El congreso de literatura [1999, Tusquets Editores o 2012, Mondadori]
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