lunes, 17 de febrero de 2014
Animados, Mauricio Kartun. Entrevista realizada con los alumnos de la Escuela de Espectadores de Buenos Aires coordinada por Jorge Dubatti.
: ¿Cómo fuese el proceso de escritura de El Niño Argentino ? ¿Cuándo y cómo empezaste a escribir la obra? : Arranqué en el ?99. Siempre es complicado comprender cómo aparece una pieza. Qué es lo que hace que uno escriba sobre algun campo, anécdota o mundo, y no sobre otros, siendo en verdad que todo está disponible... En mi mecanismo, mi credo, lo que constituye qué escribir es siempre cierto acto punzante que producen determinadas imágenes. Dice [Roland] Barthes, en La cámara lúcida, que lo que nos atrae de ciertas retratos es su punctum, aquello que de ella nos punza. Aquello que hace que ante mil retratos uno fije su vigilancia en una y la separe. Algo así te pasa con las imágenes: algo te ?pica? de esa imagen y la transforma de pronto en un valor. En un bien valioso al que de golpe le atribuimos condición generadora. Y en la convicción de que ese valor efectivamente existe, soy capaz de transformar esa imagen en otra cosa: una obra, un espectáculo. Entre todo el infinito imaginario posible, se recorta algo en el que uno siente que duerme una producción hipotética. Paul Auster Hablad del concepto de rima en la creación, de las casualidades, de los encuentros. Uno da con algo casual y le atribuye un sentido causal. Le atribuye el valor de la elocuencia. : Danos un ejemplo. : Hace unos días leía, Tragedia y filosofía de [Walter] Kaufmann. Me lo tragaba ávidamente en busca de unas observaciones que se asocian con otra pieza que estoy escribiendo que funciona sobre ciertos mecanismos de la tragedia griega. Tenía enfrente una sillita petisa recurso destartalada que había encontrado en la calle hace un tiempo y que estoy arreglando con la idea de usarla en cierta puesta. Intuía que en la de esa pieza justamente. Había estado intentando hacerle un asiento de cuero, que no me salió. Pensaba mandarla a empajar. Usaba en el libro de Kaufmann como señalador una tarjeta que saqué sin contemplar de mi valija de clases. Cuando voy a marcar la página descubro que se trata de una tarjeta que me dieron hace tiempo dos peruanos que arreglan sillas viejas en el Mercado de las Pulgas. Auster puro, me digo. Pero me quedo corto: cuando la doy vuelta, encuentro anotado atrás el teléfono y su nombre: Homero, y un número de celular. Imaginate: estar escribiendo sobre los griegos, descubrir el movicom de Homero y que el chabón se dedique a arreglar sillitas que es el único objeto con que vinculaba esa puesta. (Risas). Una rima. Una señal. Es ineludible que te arme un tema de sentido. En este caso: la revelación de un espectáculo posible que me empezó a obsesionar: un rapsoda, un narrador sentadito en la silla petisa que cuente aquella anécdota ?ahora transformada en narración- a la forma de la Odisea. Ahí está el desafío. No sé si cierta vez haré algo con esto. Es posible que resulte un disparate, y determinado día lo abandone. O no. O sea tan tentador que me objetivo efectivamente en el despropósito de imaginar un espectáculo de narración oral de cuatro, o doce, o de veinte horas, con alguien sentado en una silla petiza de sacar a la vereda, empajada por Homero. ¿Por qué cuento esto? Porque si uno no entiende este primer mecanismo estrafalario con el que nacen las obras, es difícil después comprender los procesos que siguen. : ¿Qué imagen está en la génesis de El Niño Argentino : Aquella historia de las familias patricias que, a comienzos del siglo pasado, llevaban la vaca a Europa para suministrar leche fresca a toda la prole mientras los 28 días que duraba el viaje en barco. Más allá de la ocurrencia, me impactó la potencia expresiva, metafórica, que tiene esta imagen en relación a la Argentina de ese momento. Una Argentina en la que las familias de la oligarquía ganadera gastaban en viajes el 20% del artículo bruto que ingresaba por exportaciones de ganado. Pensemos que este país era rico gracias a esas exportaciones. Y el 20% partía una vez más hacia Europa. Solía oirse decir en Francia a comienzos de siglo: ? Rico como un argentino ?. Millonarios tirando manteca al techo... Lo primero que me manifestó tras la imagen fuese la pregunta consabida: ¿y quién ordeñaba la vaca? Seguramente no un marinero. Llevarían un peón. Siempre me han interesado esos personajes trasplantados, los peones de cría que llegan por ejemplo a la Exposición Rural. Arriban por primera vez a Buenos Aires y no conocen en su estadía otra cosa que no sea La Rural. Me atrae argumentalmente por ejemplo la idea de un peón de cría que vuelve a su pueblo y cuenta su paso por Buenos Aires, relatando sólo en verdad el mundo, el territorio, de la Sociedad Rural. Analógicamente: qué pasa con ese peón que lo que conoce del viaje es sólo la bodega. Que lo único que ha recorrido de ese barco rumboso en el que se bebe, se juega, se baila, es ese espacio de encierro... Y qué pasa cuando llega a Europa. ¿Subirá al primer barco que regrese? En esa pregunta está el inicio de El Niño Argentino. ¿Qué pasa con ese peón en Europa, a donde llega encerrado, trasplantado desde su campo? Al comienzo tenía imágenes de un monólogo: nada más que la relación entre el peón y la vaca. Y despues manifestó el Niño Argentino. Es muy curioso, fuese en verdad por sugestión de una pieza que yo entonces no conocía: de [Steven] Berkoff, escrita también en verso. Escribir teatro contemporáneo en verso : Losada publicó el año pasado Decadencia, en la excelente traducción de Rafael Spregelburd. : Justamente. Había hablado por entonces un par de veces con Rafa sobre la problema de traducir versos, algo escaso usual en el teatro contemporáneo. Me contó despues sobre aquella escenario ?risque?: el relato del hotel, en el que una de las mujeres de está en la lecho con su esposo y entra el lechorero y entretanto el esposo duerme ella le chupa la pija al criado. Yo me preguntaba: cómo se escribe esa escenario. Empecé a percibir entonces que el verso es justamente un soporte ideal para algunas textualidades que en el coloquial realista resultan imposibles. Que sólo gracias a la mediación de un procedimiento estético muy fuerte se podía sostener alguna obscenidad que intuía en mi propio material. Entre paréntesis, leída más tarde en la obra, aquella escenario no me pareció tan fuerte. Es lo que pasa siempre con las cosas en la cabeza, se vuelven tanto más sugestivas. Entonces, si se trataba de hablar de una relación perversa, zoofílica, el verso parecía un buen mediador. Se transformaba en un procedimiento distanciador, estetizante, irónico y crítico, que me podía decir y realizar las barbaridades más masivos con mayor impunidad. Por otro lado siempre me resultó muy inquietante lo que decían sobre el mecanismo del verso los viejos autores. Esa convicción de que escribir en verso resultaba más fácil que escribir en prosa. Que solo se trataba de acomodar el oído y el imaginario a ese mecanismo, y que cuando ese instrumento empieza a fluir, es mucho más fácil escribir en verso que en prosa. Me resultaba apasionante la idea de probar
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