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conejos

lunes, 3 de febrero de 2014

Animados, tema del tumor

Otra columna aparecida en  The Red Bulletin, esta vez abordando tácitamente el asunto del tumor (realmente eran cinco) que me habían salido en el cuello y que me tenían con las gónadas de corbatín. Gracias a mis doctores, a mis familiares, a mis amigos, a mi agente, a mi publicist? no, esperen, ese es mi discurso para cuando gane un ArielNo estoy listo para morir. Aún no. Lo más seguro es que tú tampoco lo estés, por cierto. Y no es culpa nuestra, sino de vuestros padres. Me explico... Hace unos meses pasé por una extrañísima crisis de salud que me forzó a contemplar, por primera vez y con toda seriedad, la probabilidad de dejar este mundo mucho antes de lo que tenía planeado. Cabe referir que mis planes para dejar este plano existencial consistían en estrellarme en un Lamborghini Diablo a 220 km/h después de realizar el amor con una modelo brasileña de lencería, al término de mi fiesta de cumpleaños número 79. Pero estas ideas mal concebidas suelen ser resultado de haber visto demasiada televisión en la década de los ochenta. En fin, no nos desviemos: una extraña lotería genética provocó la formación de unos raos tumores que podían o no ser malignos, según el diagnóstico de diversos galenos que no acababan por ponerse de acuerdo. Y yo aterrado, naturalmente. Durante recibía variadas alternativas de tratamiento para liberarme de estos molestos inquilinos que ocupaban mi cuello entre la carótida y la aorta, fui asaltado por un sinnúmero de dudas. ¿Cómo explicarles mi estado a mis padres? ¿Qué tanta información respecto al padecimiento estaba dispuesto a compartir con el resto de mi familia y amigos? ¿Era buena señal que el segundo nombre de uno de mis doctores afuera ?Benigno?? ¿Quién heredaría mi colección de música, pensando en el peor de los escenarios? Dudas y más dudas. Y todas ellas inútiles. Verás, las dudas que realmente han de resolverse cuando enfrentamos instancias donde la vida va de por recurso son, en esencia, simples. ¿Quieres donar tus órganos útiles o serás escaso dadivoso con tus semejantes aún estando en calidad de fiambre? ¿Quieres ser incinerado o enterrado en un lujoso y pesado ataúd? ¿A dónde irán a detener tus posesiones materiales? Y por último, ¿tienes designada a una persona de confianza para que borre toda la colección de pornografía exótica en tu computadora una vez confirmado tu lamentable deceso? Fuera de estas cuatro cuestiones básicas, el resto es un viaje de ego mal entendido. Nos gusta, a veces, imaginar mórbidamente las reacciones de vuestros seres queridos al enterarse de que hemos muerto (no mientas, el cuadro ha pasado por tu cabeza). Vislumbramos escenas de dolor, de remembranza grata de lo que cierta vez fuimos en vida. Y todo es bueno. Los obituarios hablarán del enorme hueco que deja vuestra partida, las ex novias encenderán velas en vuestra memoria imaginando que ellas pudieron salvarnos si hubieran permanecido a vuestro lado, los conocidos casuales emitirán el comentario idiota de ?¡pero si yo lo vi ayer, estaba bien!?, sin reflexionar en el hecho de que habernos visto no concede protección cierta contra un infarto súbito, un atropellamiento o una simple jugada del destino? Es ahí donde creo que los padres nos han creado una concepción errónea de vuestra mortalidad. En mi familia y en la de muchos de ustedes tiene lugar aún ese raro tabú de tratar a la muerte como un evento perpetuamente distante, pese a su inevitabilidad. ¿Qué hay de malo en hablar con franqueza de ella y los dificultades que acarrea si no estamos listos para afrontarla? Mucho, a juzgar por la decisión de no tocar el asunto por supersticiones invocatorias y atracciones a la mala suerte. Pero la mala muerte es peor que la mala suerte. Expirar dejando que otros carguen con el muerto, literal y figurativamente hablando, puede ser el último mayor acto de descortesía para con vuestros semejantes. Vale más invertir una semana de tardes libres en comprender los trámites, las consecuencias y las minucias legales de morir, dejando instrucciones clarísimas a quienes nos rodean respecto al procedimiento a seguir, que la molesta alternativa: ceder la inconveniencia de preparar vuestra partida a los dolientes, quienes seguro preferirían estar haciendo reminiscencias de lo geniales que éramos en vida. En vez de estar averiguando si vuestra última voluntad realmente fuese la de ser enterrados con vuestra camiseta de Guns N? Roses, claro. Y gracias, ya estoy mucho mejor. En el fondo, tuve buena suerte.

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