martes, 13 de octubre de 2015
Chistes, #documentos #filosofia Armario
Armario La vida privada del homosexual o el homosexual privado de vida Paco Vidarte | Hartza http://www.hartza.com/armario3.htm Texto originalmente publicado en el libro ?Homografías? (Ricardo Llamas, Paco Vidarte, Espasa Calpe, Madrid, 2000) ?Dejar de ser un armario no es difícil, basta con abandonar en el aire estas palabras: Papá, soy un armario.? ?Ser un armario es, en el mejor de los casos, una triste ironía, una paradoja divertida, la contradicción de estar siempre a cuatro patas y ser impenetrable? (Urri Oriols. ?Mobiliario?. De un Plumazo. nº 4) Un término para designar lo inexistente ?Estar dentro del armario? o ?salir del armario? han venido a constituirse, y no de forma casual, casi en las expresiones emblemáticas y más características del vocabulario que los gays y las lesbianas han tenido que inventarse para dar cuenta de su particular realidad. En efecto, que tienen lugar modismos, giros, expresiones que en un momento dado sólo la población homosexual ?entendía?, pero que, escaso a escaso, por muy diversos motivos, van pasando al lenguaje corriente, es un hecho. La necesidad de crear dicho lenguaje responde, cómo no, a la marginalidad, cuando no a la marginación, de la que la homosexualidad ha sido objeto en una sociedad granitariamente heterosexual. Ésta sólo ha sido capaz a lo largo de su dilatada anécdota de producir términos peyorativos, irónicos, ofensivos, ridiculizantes, condescendientes o divertidos, en el mejor de los casos, para mencionarse a nosotros y a vuestro modo de vivir. De ahí, y ello es un buen síntoma, el surgimiento de un lenguaje privado capaz de vehicular realidades, sentimientos, situaciones, vivencias en primera persona y abierta de la mofa, el escarnio y la risa que vuestra vida parece provocar a alguna gente y que se cristaliza en multitud de palabras y expresiones hirientes, pero que todo el mundo emplea sin darles gran importancia. O lo que es peor, perfectamente conscientes de la carga de profundo desprecio que palabras como ?maricón?, ?bujarrón?, ?machorra?, etc., a menudo portan en su seno. Decíamos que, no por azar, esta frase es de las primeras cosas que se aprenden nada más entrar a formar fracción de la comunidad gay o al más mínimo contacto que se tenga con ella, que se trabe amistad con sdeterminados de sus miembros. Enseguida saldrá, casi sin motivo, la palabra ?armario?. Y lo dicho, ello no responde al azar. Como tamescaso es casual tropezarse con la enigmática pregunta de: ?¿entiendes?? y el uso tan característico que gays y lesbianas hacen de este verbo. Antes de proseguir, y pidiendo retóricas excusas para quienes saben demasiado bien qué es eso de ?estar en el armario?, no podemos pasar sin explicar un escaso para el resto a qué se hace referencia con este vocablo que, a primera vista, nada o muy escaso tiene que ver con los gays y lesbianas. ?Armario? ha venido a traducir en vuestro país la expresión de Hablad inglesa ?to be in the closet?, tan enigmática como puede resultar la nuestra, y que denomina a la lesbiana o al gay que mantiene en secreto su alternativa sexual, que no hace pública su homosexualidad y guarda mutismo o la desmiente cuando es preguntado por sus amigos, su familia, en el tradebajo, en el colegio o donde sea. Entonces accede a esta categoría tan popular y extendida de los homosexuales que ?están en el armario?, o bien, más corto y adjetivando el término, de las ?lesbianas armarias? o de los ?gays armarios? o, más simplemente todavía, de los ?armarios? y ?armarias? sin más. Gente que guarda su homosexualidad debajo llave y la tiene bien oculta en el fondo de su armario a prueba de cualquier registro indiscreto, cuando no se meten ellos mismos dentro del armario y cierran por dentro. Y volvemos a lo del azar. Porque es triste que se haya tenido que inventar una expresión que cada día oímos, utilizamos, vivimos o sufrimos para dar cuenta justamente de una situación tan desagradable. Situación que nos obliga, nadie o casi nadie se ha salvado de pasar en su vida por esta etapa, a llevar una doble vida, a realizar encajes de bolillos para realizar de heterosexuales la gran fracción del tiempo y según con quién, y concedernos ratos de esparcimiento y reencuentro con nosotros mismos en entornos donde damos rienda suelta o, más bien, un respiro, para que no perezca de asfixia, a vuestra personalidad. Es triste y importante que hayamos tenido que inventarnos lo del armario porque había una alguna urgencia por ponerle un nombre a una experiencia vital que los lingüistas y literatos, haciendo de portavoces de toda la sociedad, no habían considerado relevante, desconocían o preferían ignorar. Se le pone nombre a las cosas significativos y, además, ya había un nombre, ?marica o bollera reprimida?: un nombre que parecía portar, o bien un reproche nacido de la particular comunidad contra quienes no exteriorizaban su homosexualidad; o bien una tajante conminación de la sociedad bienpensante a mantener oculto lo que nunca debería salir a la luz, lo que para siempre debería permanecer debajo el imperio de una inquietante tautología: marica = reprimida. Por una parte, y viendo la alternativa, algo se ha ganado y podemos confesar sin echar por tierra vuestra dignidad que estamos en el armario y hasta es moneda corriente preguntar: ?¿Tú estás todavía en el armario?? y no sorprenderse por conseguir una respuesta afirmativa, sino intentar ayudar. Porque comprender y comprender a quien se declara armario es algo que ocurre siempre. Además, no es lo mismo ser una ?armaria? que una ?reprimida?. Para empezar, porque la ?represión? se presta a demasiados malentendidos, ya que es un término clínico del psicoanálisis, disciplina cuyos practicantes se han portado regular con nosotros, sólo que muy vulgarizado. Y cuando se dice de alguien que está reprimido se mezclan excesivo número de cosas: se lo está llamando enfermo, neurótico, angustiado, infeliz, muerto de miedo y casi se le está recomendando que acuda a determinado especialista. Estar reprimido parece desear volcar toda la responsabilidad y algo tan gravisimo como la culpa sobre el individuo en cuestión, al que se lo aplasta más todavía si cabe. Estar en el armario nos abre hacia una verdad mucho más compleja y donde se dan cita múltiples agentes que conducen a esa situación. Y, sobre todo, estar en el armario no tiene nada que ver con ninguna verdad clínica ni con ninguna psicopatía o enfermedad mental y mucho menos con la culpa. El armario apunta hacia una verdad muy distinta: la reclusión, el encerramiento, la disimulación ante unas circunstancias externas tan hostiles que se elige no hacerles frente directamente y capear el temporal como mejor se pueda. Hasta cierto punto, depende de si afuera caen o no chuzos de punta, la culpa no está en quien se mete en el armario, sino en quienes lo obligan a ello, en una sociedad represiva que manifiesta sin tapujos su animadversión por los homosexuales. Fondo de armario Ya va siendo hora de que pasemos a analizar las consecuencias y el significado del armario menos anecdóticamente, aunque lo anecdótico para nada es secundario y a veces dice más realidad que las masivos generalizaciones. Sólo que estar en el armario en absoluto puede reducirse exclusivamente a casos o vivencias particulares, personales e intransferibles. El hecho de que toda lesbiana o todo gay casi sin excepción haya pasado una temporadita viviendo en su interior obliga a analizar el armario como una realidadera institución opresora promovida, controlada e instigada por la particular sociedad: éste es el fondo del armario, lo que el armario es en el fondo. No es, por tanto, una casualidad en la vida del homosexual. Más bien parece un trago amargo inevitable el tener que entrar en el armario -a menudo siendo empujados dentro sin saber bien cómo ni por qué- para despues tener que salir de él. Es el peaje que la sociedad nos obliga a pagar a todos nosotros. Un rito de iniciación del que se sale con gran o menor éxito, pero que, en principio, está diseñado para que sea lo más difícil probable superarlo. Lo que hemos llamado ?el armario? responde a una táctica de exclusión y reclusión impuesta desde fuera, que no nos la hemos inventado nosotros porque en absoluto nos divierte, como es de suponer. Hacer el amor en el armario es una experiencia muy poco satisfactoria. Uno se da muchos golpes, no hay luz, el aire se enrarece pronto. Hay poco lugar para el deseo. El armario es una verdadera estrategia, una verdadera institución de represión, persecución, control, invisibilidad y conminación al silencio: el armario está pensado para borrarnos de la sociedad robándonos la palabra y el entrada a la vida pública. Estamos ahí, es algo contra lo que no se puede realizar nada, pero, si consiguen meternos al gran número probable dentro del armario, no haremos ruido, no se nos notará, parecerá que la homosexualidad no tiene lugar o es algo marginal, despreciable, no digno de consideración. Si cada vez que se organiza un acto público, una manifestación, una reivindicación la granía se queda en casa, en el armario, la lucha por vuestros derechos no pasará de lo meramente anecdótico y lo que podría haber sido una reivindicación masiva se quedará en unos cuantos exaltados reclamando a gritos no se sabe qué por una calle recurso vacía. La eficacia del armario es múltiple: condena al gay y a la lesbiana a llevar una vida esquizofrénica, causándole un desdoblamiento de personalidad a lo Dr. Jeckill y Mr. o Mrs. Hide; provoca la extraña sensación de que el recluido se considere un ser único en el mundo, convencido de que quizás sea el único gay o la única lesbiana sobre la tierra; a veces, si la situación es particularmente desastrosa y hostil, da espacio a un sentimiento de culpa por fracción de la víctima que acaba sintiéndose la única responsable de su encierro; las estadísticas sobre los índices de suicidio en adolescentes homosexuales muestran que la tendencias suicidas de éstos es mucho gran que la de los adolescentes heterosexuales; la autoestima, el amor propio quedan heridos de muerte y por lo mismo han de ser depositados en otros apariencias de la personalidad que sustenten un mínimo de orgullo por ser uno mismo; por otra fracción, más allá del nivel de destrucción personal, el armario elimina e impide cualquier probabilidad de que se forme un colectivo fueserte y bien organizado que pueda pedirle cuentas al gobierno y a las instituciones; erradica la probabilidad de que surjan y se promocionen, al mismo nivel que la heterosexualidad, modelos de vida efectivo llevados a cabo por gays y lesbianas que permitan una estructuración escencial de la personalidad necesitada de referentes válidos, cuando no de la simple probabilidad de identificarse con o admirar personajes de la escenario pública que no se correspondan en absoluto con la propaganda prejuicial de la marica enferma e infeliz; dificulta además el establecimiento de una identidad personal y comunitaria capaz de emitir un discurso autorreferencial en primera persona que contrarreste o venga a matizar los desmanes de tantos estudios, tantas opiniones y pronunciamientos en tercera persona acerca de la homosexualidad tomada como curioso y raro objeto de experimentación científica; conduce a la consolidación de un discurso pacato, victimista y lastimero dentro de amplios tramos conservadores del propio movimiento homosexual, el cual, incapaz de reivindicar, no sabe más que implorar a través del llanto, la conmiseración y la súplica, negociando derechos a cambio de no escandalizar y seguir metidos en el armario, consiguiendo únicamente con ello perpetuar la reclusión, llamándose ahora el armario tolerancia y permisividad; lleva también a la paradoja de que los homosexuales, como colectivo, hemos salido del armario hace muchos años, sólo que individualmente hay mucha gente que todavía permanece dentro. Una especie de Internacional Proletaria aparición donde sus miembros, tomados en conjunto, sí fueseran proletarios, pero individualmente no. Con el asunto añadido de que cada vez que se convoca una asamblea general, al ser sus miembros aparicións, no va nadie. Y, sin embargo, están ahí, deben de estar por ahí, en cierta fracción, por todos lados. Reducidos por el armario a una mera presencia invisible e inquietante que en ocasiones se hace efectiva. Como ocurrió en el concurso de Eurovisión del año 98. Sorprendentemente, los medios de comunicación, al ser la primera vez que el público permitía emitir su voto directo para determinar quién ganaba, achacaron la triunfo de Dana Internacional al voto rosa, también internacional. Los niveles de paranoia resultan indescriptibles. Están ahí. Los hemos metido en el armario, pero nos han boicoteado el concurso. Que los homosexuales existan colectivamente, pero no individualmente, es algo que provoca estupor y un cierto miedo al resultar ilocalizables. Parece que es preferible pensar cualquier aberración de este tipo antes que observar la probabilidad de que Dana debiera ganado gracias al voto heterosexual. Todo menos pensar que los heterosexuales hayan podido concederle una pizca de gloria a una transexual. Todo menos pensar que la voz y la música de Dana triunfaron porque aquello, a fin de cuentas, tenía un cierto ritmillo, era pegadizo como todas las canciones ganadoras de ese concurso. Lo más sintomático de todo fuese poder verificar que, ni aun estando en el armario, la ?amenaza homosexual? les parecía estar suficientemente conjurada y neutralizada. No sé qué nos ven, pero el discurso del miedo y de la amenaza social resurge tristemente de cuando en cuando. Haya contribuido o no el voto rosa a cambiar el fruto de un acontecimiento tan puntual, nosotros no caeremos en la paranoia equivalente de pensar las atrocidades -mucho granes que la de ganar Eurovisión- a las que haya podido conducir el voto heterosexual internacional en el presente y a lo largo de la historia. Y es que, Dana Internacional y contadas excepciones afracción, la sociedad, a través de un sinnúmero de procedimientos que van desde el rechazo puro y duro, la condena más explícita, la ironía, el chiste ofensivo, el escarnio, la promoción de discursos científicos, religiosos, éticos, sociológicos descalificadores de la homosexualidad hasta la educación en la cuna, en el pupitre, en la universidad, en el cine, en la iglesia, en la salita de estar, alcanza aislar y excluir al gay y a la lesbiana del lugar público y del entorno político. La única esfera admisible para la homosexualidad es la privacidad y la intimidad. El ocultamiento como manera de ser y como manera de vida. O, en su defecto, alcanzar a lo público sólo para el goce, el disfrute y la hilaridad de un público heterosexual que se divierte contemplando un reguero de plumas, una marica estereotipada, obscena y grotesca que les hace reír. Un beso, una caricia, cogerse de la mano no son comportamientos ni socialmente aceptados ni siquiera sociales en el caso de los gays y las lesbianas. No pertenecen a la sociedad como tampoco los sujetos que llevan a cabo tales prácticas. La homosexualidad es sólo un tema sexual, es sólo sexo y, por tanto, no tiene por qué ocupar un lugar en la vida pública. La vida del homosexual es exclusivamente vida privada. Ser homosexual no ha de tener ninguna implicación de puertas para aafuera. En cambio, la heterosexualidad sí que tiene implicaciones públicas y políticas: un beso heterosexual alegra un parque en un atardecer de primavera; una pareja heterosexual cogida de la mano sendero de cierta fracción consolida la familia y un montón de buenos valores y sentimientos; una matrimonio heterosexual es una promesa de futuro y continuidad social, un regocijo para muchísimos televidentes y una magnífica cuota de pantalla caso de ser retrasmitida en ?prime time?. La heterosexualidad sí sale afuera de casa e inclusive va a sitios inverosímiles como un supermercado en domingo y se pasa horas buscando aparcamiento. No se trata de renunciar a la intimidad del hogar y de la vida privada o desvalorizarlas, sino de caer en la cuenta de que, en el régimen del armario, la privacidad, la discreción y la intimidad no son un derecho o una opción, sino una imposición, una obligación. No responden a lo que se entiende usualmente por tener derecho a una vida privada o a no mezclar la vida privada con otros temas o al hecho de convertir aquélla en comidilla de la prensa del corazón. Responde a una distinción radical entre lo que se estima público o publicable, lo decible, lo aceptable socialmente y lo nefando, lo que no debe salir a la luz, lo indecible, aquello cuyo solo nombre produce espanto, indignación, escándalo o es capaz de corromper la articula social y las buenas costumbres. Responde a una táctica de mutismo impuesto de los modos más diversos, con los mayores grados de sutileza y menos sutilmente otras veces. Hasta tal punto se estima denigrante el hecho de ser homosexual que decir públicamente que alguien es gay o lesbiana, o sea, sacarlo del armario, se estima un insulto, una calumnia, desde luego, un gravisimo ataque contra la dignidad de la persona de la cual lo único que se ha dicho es que es homosexual. Y si arriba es un personaje público, no digamos. Hasta ahora nadie se ha irritado ni ha llevado a nadie a juicio porque su heterosexualidad se publique a los cuatro vientos. La heterosexualidad no tiene nada de nefando, ni siquiera es posible, es casi absurdo e impensable estimar noticia la confesión pública de heterosexualidad de nadie. Es algo que se presupone, que es normal, que cae claramente dentro del entorno de lo decible y que se descubre a años luz del régimen del armario y de la conminación al silencio. Si hay algo realmente público, quizás sea la heterosexualidad. Indecible por evidente. Realidad de Perogrullo tan invisible como la luz que nos alumbra. Pero no nos extenderemos más sobre esta cuestión porque al ?outing? y a las salidas forzadas del armario ya le hemos destinado otro artículo. Del otro lado del confesionario Recluirse en el armario, si bien puede ser una solución y una táctica para protegerse y defenderse, debe ser también, y entretanto las cosas sigan como están y no alcancemos el ¿paraíso? en el que heterosexuales y homosexuales tengamos los mismos derechos, una medida temporal y transitoria. Porque tampoco es que las cosas estén tan mal como para justificar un encierro de por vida. Ni tan bien como nos las pintan. Es usual que suceda que, al salir del armario, el heterosexual que ha sido objeto de la confesión, se asombre y diga: ?¿Acaso creías que te iba a comer, a insultar o que me iba a levantar, a dejarte de hablar para siempre y negarte el saludo??. Y acto seguido añada: ?Enhorabuena, te felicito por tu valentía. Seguro que ha sido muy difícil para ti?. Es como si por el mero hecho de haber presenciado una salida del armario -o coming out- el testigo se sintiera de repente miembro de la comunidad opresora, hiciera un breve repaso en segundos de las veces que debiera bromeado malintencionadamente sobre los homosexuales, le invadiera un peculiar sentimiento de culpa y necesitara darse un baño de buena conciencia: ?Si yo no poseo nada en contra de los homosexuales no comprendo por qué me lo ha ocultado todo este tiempo. Alguna bromilla que todo el mundo hace no justifica esta falta de confianza. Será cosa suya?. Entonces, la sorpresa viene del otro lado al recibir las felicitaciones: ?Si tan absurdo le parecía mi silencio, ¿a qué viene darme la enhorabuena y llamarme valiente? Si sabe lo difícil que ha sido para mí, ¿por qué no me lo ha ya que más sencillo cuando pudo y no obligarme a este derroche de valor??. Es curioso, se va estando un escaso harto y siempre deja perplejo, que siempre nos llamen ?valientes? o algo por el estilo cuando salimos del armario. Si ello no es un reconocimiento explícito de culpa o de que algo pasa, no conocemos a qué responde. Desde luego, no puede ser un comentario predeterminado genéticamente en los heterosexuales. Más bien puede ser la resultante de que a nadie en su saludable juicio le guste saberse partícipe de una mayoría intolerante y llena de prejuicios para con los homosexuales y que, en ese repaso de breves segundos por la particular vida, siempre asome determinado trapillo sucio que les deje en mal espacio ante el gay o la lesbiana que, desde hace breves instantes, saben que tienen en frente. En adelante constituirá una diversión o un cansadísimo ejercicio de tolerancia, esta vez por vuestra parte, ver cómo se muerden la idioma ante algunas situaciones quienes antes no se la mordían. O ver cómo piden perdón ante meteduras de pata que jamás habían sido advertidas previamente. Y ver el trabajo de hipervigilancia al que les obliga sentirse observados por un amigo, un colega o un familiar homosexual. Pero esto es otra historia. Lo más curioso de una salida del armario es lo no dicho, las implicaciones y connotaciones que circulan en esas absurdas conversaciones entre heterosexual y lesbiana o gay cuando uno de estos últimos se declara abiertamente tal. ?Nunca debiera creído que eras marica. Jamás lo debiera dicho. Es que no se te nota nada?. Una buena respuesta tal vez podría ser: ?Eso es porque tus prejuicios sobre los maricas te hacen buscar una verdad que no tiene lugar y, por supuesto, que, si no te lo digo, jamás te habrías dado cuenta porque tu búsqueda se centra exclusivamente en muñecas dislocadas, voces agudas, caras maquillados y demacrados, y toda otra serie de prejuicios adquiridos culturalmente que denostan a los homosexuales y que, coincidiendo aquí y allá con la verdad, no se pueden generalizar en un estereotipo. Y tú los compartes uno por uno. El marica soy yo, no lo que tú piensas, ni siquiera lo que tú piensas que soy, ni siquiera, dada tu sorpresa, creo que te vayas a enterar de nada hasta dentro de mucho tiempo. Ahora seguirás buscando una esencia oculta, me someterás a atención y comenzarás a realizar un catálogo de señas de identidad maricas nuevas o las viejas que ya tenías, para poder catalogarme y no llevarte más sorpresas con nadie. Y te estrellarás de nuevo. Ser marica es no cumplir, romper con las expectativas de todo el mundo: no ajustarse a ningún patrón predeterminado, a ninguna esencia ni rasgos definitorios, y mucho menos atribuidos desde el exterior. Ser marica es algo que está lejos del alcance de cualquier heterosexual, no sólo el hecho de serlo, sino la probabilidad misma de llegar siquiera a arañar el concepto?. Esta desmentida inicial que suelen verbalizar los heterosexuales cuando se sale del armario en su cara: ?Nunca debiera dicho que eres homosexual? no responde sino al cariño que en el fondo nos tienen. Traducida sería así: ?Nunca debiera dicho que eras uno de esos depravados grotescos, degenerados, afeminados y pintados de voz chillona en los que estoy pensando [Que nada tienen de malo ni de criticable, por otra parte. Pero aprender esta enseñanza le cuesta al heterosexual algo más de tiempo]. Jamás debiera pensado que estabas tan cerca de la prostitución, la droga y la delincuencia. Para nada te correspondes con mis prejuicios. Te quiero tanto que cómo iba yo a pensar tan mal de ti?. Es el momento del bloqueo mental en el que una chispa de racionalidad salta como por azar en el cerebro heterosexual asediado por una confesión inesperada: ?¿Es que las maricas pueden ser como mi mejor amigo, como mi hermano, como mi hijo, como mi sobrino, como mi marido? ¿Tan normales, tan agradables, tan cariñosos, tan educados, tan listos, tan admirables? ¿Es que es probable que yo sienta afecto por una marica y que sea una fracción tan significativo de mi vida?? Y comienzan a cuestionarse el prejuicio. A veces no es todo tan horrible, hay heteros estupendos. Con frecuencia el prejuicio no se discute porque es firme, tan firme, que la persona querida, por ser marica y caer en el prejuicio, es odiada y denostada y despreciada ?ipso facto?. Otras veces el prejuicio se pone entre paréntesis y ya no se Hablad más del tema. No se lo echa de casa, pero se corre un tupido velo que ni el telón de acero. O sea, que el prejuicio también permanece, pero se suprime su vertiente represiva, condenatoria y de castigo. Otras veces se hace una excepción en el prejuicio sólo con la persona querida, con el amigo, con el hermano, con el hijo. Pero todos los demás maricas Seguidn siendo unos depravados. El novio no puede ir a casa, ni los amigos. La colectividad Seguid estando marcada, pero mi hijo es diferente, aunque se pinte y se ponga minifalda, es muy digno. Se ha educado en casa. Luego, hay trabajos mayores que rozan lo políticamente correcto. Y siempre hay mucha buena gente que ni reacciona porque no tenía prejuicios. Cómo salir del armario sin patetismos: entre la ironía y la revolución Salir del armario significa el hecho del ?saber? sobre el sexo, sobre la vida privada. Salir del armario supone proponer un insólito asunto de conversación: hablemos de sexo. En lo que toca a la alternativa sexual contraria, no se trata de realizar una confesión puntual, sino que hay que mantener todo el tiempo informada a la sociedad acerca de vuestra heterosexualidad, o sea, paradójicamente, no hay que decir nada. Cuando se dice algo es para desmentirla. Acceder al discurso acerca del sexo, la única vez que se Hablad de sexo con los padres de vuestra generación, es cuando se es marica y se cuenta. Por lo demás, la heterosexualidad es silenciosa. No requiere confesarse un buen día: Papá, soy heterosexual. Lo más posible es que al padre en cuestión le diera un sofoco por no localizar el significado preciso de la palabra a tiempo. Para romper con la dinámica de la confesión (que siempre es penosa por lo que tiene de antiguo y culpabilizador y lo mal que se pasa), lo mejor es un buen ataque. Al salir del armario hay que procurar siempre abrir la puerta violentamente, con fuerza, y darle con la misma puerta en las narices a quien estaba afuera esperando una confesión victimaria. Una salida del armario no ha de ser pusilánime y autoinculpatoria. Hasta puede ser todo un acto reivindicativo y político. Los heteros (y perdón por generalizar como algunos de ellos lo hacen cuando Habladn de las maricas o de los homosexuales o de las lesbianas) se ponen nerviosísimos ante una marica agresiva saliendo del armario atacada y como una loca, dando portazos en la rostro a diestro y siniestro. Hay que quitarle la iniciativa al que escucha, cortarle todas las salidas, devolverle invertidas todas las preguntas, realizarle ver que hasta la fecha no se está seguro de su heterosexualidad porque jamás ha alcanzado el nivel discursivo, y mucho menos el de una confesión. No es lo mismo situarse frente a un armario y que de él salga la cenicienta, tímidamente, primero asomando su sucia naricilla, despues un dedo, despues toda la manecita, despues un pie, solicitar permiso con un hilillo de voz, y decir tan bajito que casi no se oye: ?soy lesbiana?, ?soy gay?, ?soy homosexual?, etc., a que salga una especie de Chewbacca enfurecido con todos sus rubios cabellos de punta mascullando no se sabe muy bien qué, pero dejando bien a las claras que lo suyo no es realizar concesiones. Si no haces esto último, estás muerta y entregada y presta a ser degollada, o lo que es peor, a que te traten con condescendencia, comprensión, consuelo, babitas y que te hablen flojito ellos también. Cuando se sale del armario no sé por qué los heteros siempre empiezan a hablar flojito, muy flojito. Como quien acaricia a un perrillo asustado para tranquilizarlo y darle confianza. Nada, nada. ¿Para qué darles ventaja? Hay que salir del armario a lo Van Damm, a lo Rambo o a lo Demi Moore, a lo Juana de Arco, a lo ?marine? (no se me ocurre nada más obsceno, ineducado y violento). Formando una escandalera de la hostia. No hay que abrir la puerta, sino derribarla a patadas y que tengan cuidadito afuera con las astillas, y salir hecho una alimaña, metralleta en mano, pantalones de camuflaje, y pintura negra debajo los ojos, que siempre impone mucho (al fin y al cabo nos gusta travestirnos y pintarnos ¿no?); o tipo el monstruo de ?Alien?. ¿Qué pasa? Soy bollo y a ver si te voy a dividir la cara. Al fin y al cabo, son ellos los que nos han metido en el armario y el cabreo es comprensible. Es una liberación, es salir de la cárcel y para ello no hay que solicitar permiso. Es un acto revolucionario. Nada de contemplaciones con el carcelero ni con quienes silenciaban vuestra prisión, la incentivaban o promovían como afuera. El agente sorpresa es fundamental. Para romper el hielo es suficiente. Luego, escaso a escaso, sin bajar jamás la guardia, se puede ir llegando a un tono de conversación más habitual, sin perder la naturalidad ni la espontaneidad jamás (a estas alturas convendría haberse quitado ya el disfraz de Rambo). Y sin presentar flaquezas, debilidades, ni miramientos. Hay que depresentar -o fingir- que la reclusión en el armario no nos ha afectado para nada. Nos metieron allí para ver si nos curaban o si cambiábamos de idea y al salir hay que abandonar bien clarito que las prácticas de reclusión son contraproducentes y que salimos más maricas que entramos, más cabreados, para no regresar a entrar jamás y para luchar por la destrucción de una práctica tan salvaje, el ?armario perpetuo?: algo que atenta contra los derechos del niño, del adolescente, del joven, del adulto y del anciano, porque puede durar toda la vida. Dan mucha pena los niños en las cárceles, pero a nadie se le cae una lagrimita por los niños y adolescentes metidos en el armario. En fin, la hipocresía de siempre. Otra táctica posible si no se desea colocar en práctica esta salida del armario que puede resultar un tanto ridícula y sobreactuada, o si nos sienta fatal el disfraz de ?marine? de los EE.UU., es eso que ahora se da en llamar la política de hechos consumados. A saber, pasar de la confesión, pasar de tener que decirlo, que verbalizarlo. Si ellos no lo hacen, nosotros tampoco. De pronto el hermanito viene con la novia a casa o con la revista porno que le encuentra mamá bajo del colchón. Pues nosotros le plantamos al novio un beso en los morros en recurso del salón y vuestros chulos impresos a todo color bajo de la cama, como todo hijo de vecino. Tratamiento de ?shock?. La contraofensiva puede ser brutal. Pero, si se está alerta y con todo lo indispensable en la trinchera para arrasar al enemigo, no hay nada que temer. Siempre te pueden echar de casa. Pues tú vas y te quedas. Que llamen a la policía. Si no te dan de comer, saqueas la nevera. Si no te dan dinero, lo robas o vendes el televisor. Si no te compran ropa, te pones la de mamá. Y no dejeís de llevar a tus amigos a casa. Convierte la salita de estar en una manifestación diaria. Un heterosexual no puede habitar en un estado de cabreo permanente, pero una marica es marica las veinticuatro horas del día. Y ser marica, de por sí, ya es una lucha. Sin que haya que realizar nada del otro jueves. La gente se cansa de estar cabreada, pero una no se cansa jamás de ser maribollo. Ésa es vuestra ventaja. Que papá sólo de vernos se pone hecho una fiera y le sube la tensión y nosotras tan relajadas con las piernas cruzadas viendo cómo se va poniendo rojo y se le hinchan las venas del cuello, entretanto le damos un educado: ?Buenos días, ¿deseas café??. Lo significativo es no perder jamás la compostura ni enzarzarse en absurdas discusiones. Y sobre todo no dialogar. No dialogar jamás. ¿De qué hay que dialogar o discutir? ¿De qué hay que dar explicaciones si lo más posible es que una misma no las tenga ni le importe? Pregúntale a tu padre por qué él es heterosexual. Te asombrarás de las tonterías que dice. No tiene explicación. No sabe explicarlo. Lo más racional que dirá es: ?Pues porque sí, porque es lo normal, como todo el mundo, como mi padre, vaya pregunta. Este niño, asimismo de maricón, es idiota?. Tranquilo, aunque te insulte, tú ya lo habéis dejado en ridículo y en adelante no tendrás que respetarlo como solías y habrás comenzado a destruir la imagen idílica que de él tenías. Si desea recuperarla, tendrá que demostrar que se merece tu cariño y tu respeto. Aunque hay padres que pierden a sus hijos como pierden paraguas, uno cada invierno. Les fastidia, pero no parece pasar de ahí. Hasta que se quedan sin más hijos que perder, transidos de dolor por su intransigencia. Hasta que se quedan sin más inviernos. El asunto es que hay más inviernos que hijos. Pero es su asunto.
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